Thursday, October 29, 2009

De Ulises y zapatos

Tengo tres años viviendo aquí y todavía hay días que me siento como gitana. Entro, salgo, vuelvo a entrar y, vuelvo a salir de la misma situación. Así, como estancada, como en las ruinas semi circulares de Borges. Me dicen que puede ser “síndrome de Ulises” o “síndrome del emigrante” una especie de estrés extremo, crónico y múltiple, causado por la dificultad de adaptarse a una nueva residencia. O como lo define Wikipedia: “El nombre viene variado del héroe mítico Ulises el cual, perdido durante muchísimos años (diez según Homero) en su camino de vuelta a Ítaca, añoraba su tierra de origen pero se veía imposibilitado de volver a ella”[1]. Suena muy bien, tiene un halo hasta poético y romántico. Como no tenerlo si esta involucrado uno de los mayores héroes de la historia occidental. Pero la verdad es que en la vida real no es ni tan poético, ni tan romántico. Es un soberano fastidio, como dirían en mi tierra. Resulta que te hace sentir anormal, porque pareces un sube y baja. Al principio era peor, pasaba un día bien y un día mal. Ahora la proporción ha mejorado significativamente. Paso tres semanas bien y una mal. Las tres semanas del vaso medio lleno, son una maravilla, estoy de buen humor, siento que todo me sale bien, me despierto con gusto y ánimos de trabajar. Pero la semana del vaso medio vacío, ¡Ay no, que horrible! Esa semana si pudiera gruñir, lo haría. Bueno, creo que lo hago, pero no me desahoga del todo, quisiera poder gruñir como gata, de verdad y hasta arañar a mis semejantes.

Es que en esos días mi imaginación vuela, y vuela violentamente. Siento ganas de imitar al periodista Iraquí y lanzarle un zapatazo a los estorbos. Hasta me pongo a pensar, ¿qué tan malo puede ser si lo hago? Entonces considero mis opciones detenidamente, para poder hacerlo rápido y que no prevean mis movimientos, el factor sorpresa es muy importante: debo tener zapatos fáciles de sacar: sandalias. Pero no puedes ser sandalias flat, tienen que ser con tacones altos, preferiblemente anchos, para que golpeen lo suficientemente duro. Debería hacerlo en un momento en el que yo esté sentada y, la persona que me moleste parada, aquí puedo confiar en que siempre he tenido buena puntería. Una vez hecho el lanzamiento, debo tener una vía de escape, en caso de que me lo quieran relanzar (efecto boomerang). Viviendo en el Imperio Yankee, donde las leyes se cumplen, debo hacerlo solo con personas que puedan luego ser convencidas de no demandarme, porque por un zapatito eso de la cárcel y las multas, me parecen un engrandecimiento de la situación; pero hay que adaptarse al lugar en que uno se encuentra.

Esto me pone a pensar: que de adaptación, precisamente, es que se supone se trata todo. Que por no poder adaptarme a esta ciudad, estoy estresada y sufro del síndrome de Ulises y por eso quiero lanzarle zapatos cada tres semanas a la gente. Y es aquí donde veo todo claro, como si algún ser divino o mitológico me hubiese iluminado (maybe el mismo Ulises, cansado de ser culpado), si puedo adaptarme a nuevas leyes, a nuevas reglas en el juego, a una nueva manera de batir el cobre, yo no sufro del síndrome de Ulises. Lo que sucede, cada tres semanas conmigo, es un síndrome, pero de otra índole. Lo que me convierte en un potencial agresor, lo que me hace intolerante, y lo que me deja sin energías, no es el hecho de que me haya mudado o, del síndrome de Ulises, es otro síndrome: ¡es el Síndrome Pre-Menstrual!
Ahora que todo tiene explicación me siento mejor, ojala que el próximo mes recuerde que es lo que me pasa y no vuelva a echarle la culpa al pobre Ulises. Pero ¿quien sabe? Cuando las hormonas tienen el control... cualquier cosa puede pasar. (Solo espero no lanzarle, literalmente, un zapatazo a alguien)
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Ulises